miércoles, 1 de junio de 2016

Integración

_Adrián Silva
I

¿Descifras aquel eco en el silencio de tu indiferencia? ¿percibes los mesurados decibeles de aquella voz que grita en el vacío? ¿sientes las caricias de aquella dulce y ávida mirada? Hay alguien que te observa con meticulosa atención. Se trata de tu musa. Te había estado buscando, pero ya se estaba dando por vencida. Llegó a pensar que no existías, que tan sólo eras una ilusión. Pero te ha hallado. Está feliz por ello. Te ansía. Te desea. Te añora.
Anda, voltea, mírala. Conjuguen sus esperanzas, afiancen sus miradas. No tengas miedo…

II

¡Vaya! Es extraordinariamente hermosa. Su rostro evoca un cuadro en donde Dios mismo, profundamente inspirado, traza las líneas más finas y delicadas jamás vistas. Pareciera que, si cualquier mortal tuviese acceso visual a esas líneas, moriría al instante de tan arcana luminosidad.
Nuestras miradas han conversado. Permanecen extáticas. Estoy embriagado. Sus ojos son dos constelaciones, guías ineludibles en mi condición de navegante extraviado. Ahora puedo, como Ulises, retornar a mi reino después de naufragar en la incertidumbre. Lo reclamaré, es mío, siempre lo fue. Mi musa así lo ha vaticinado…


III

Ahora me encuentro en el laberinto de sus besos y de sus caricias. No quiero hallar la salida. Quiero permanecer aquí toda la eternidad. En este espacio me siento seguro y rebosante. Mi narcosis me insta a sumergirme en la profundidad de su silueta. Quiero extraviarme en la concupiscencia de su cuerpo. Quiero fundirme en cada una de sus pulsaciones. La amo. Es mi predilección.

Hemos conjugado nuestras esperanzas, hemos afianzado nuestras miradas. Ya no tenemos miedo…

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