sábado, 19 de julio de 2014

La imitación como aparato generador de conciencia

Por Adrián Silva



Curiosamente cuando se adjetiva a un sujeto como “imitador” solemos remitirnos a la imagen de un niño reproduciendo conductas de su “adulto significativo”(o quizá de un “referente virtual significativo”) o a la de un adolescente “carente de personalidad” en búsqueda de aprobación social identitaria. Sin embargo, dicha facultad imitativa es inherente a todo sujeto durante cualquier etapa de su vida y lo sujeta a ciertos modelos culturales hegemónicos.

Ahora bien, si nuestra conducta y gran parte de nuestro aprendizaje cotidiano es constituido y constituyente a partir de la imitación ¿es por ello que no sometemos a juicio de razón la “normalización”, tanto de apropiación de realidades como de obediencia a la autoridad?

Si bien la educación integra una serie compleja de prácticas sociales que se condensan en el individuo, es decir, que la educación es la mediadora entre la conciencia social y la individual; ésta se encuentra supeditada a una determinada concepción de la realidad, es así que la práctica educativa transmite dicha concepción hegemónica. Por lo tanto, la educación únicamente sujeta a los individuos a los designios de la normatividad ideológica imperante. Y desde luego, el aprendizaje por imitación juega un papel fundamental.

Si las escuelas forjaran realmente estudiantes creativos, la cultura imperante se desplomaría, debido a que el objetivo fundamental, tanto de la escuela como del alumno, sería, por un lado, una constante invitación a la reflexión y por otro la búsqueda de la originalidad a través de la liberación del espíritu. Sin embargo, la insistencia en concebir a la educación escolar como reproductora de lo “ya dado” e “inalterable” reduce al alumno a mero imitador de un “papel tradicional e imperante”, es decir, aquel sujeto subordinado a los designios de la conciencia social normalizada.

De tal modo, la conciencia individual encadenada únicamente imita y reproduce para evitar la desaprobación social y como mero requisito de formación obligatoria, así como el medio para ubicarse dentro de los eslabones ascendentes de la acumulación de capital.

Cuando los sujetos, en este caso los alumnos, no pueden pensar debido a que únicamente imitan, lo único que serán capaces de transmitir serán, por supuesto, los referentes de la normatividad ideológica imperante, porque sólo esos se integrarán a su conciencia.

Y es por ello que cuando se normaliza una forma de concebir la realidad es imposible concebir otras maneras de constituirla. Entonces las escuelas, en realidad, son modeladoras de la irreflexión y la obediencia.

lunes, 7 de julio de 2014